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jueves, 10 de diciembre de 2009

EL GALLO

Estaba semi tumbado en la terraza de mi casa, a las afueras de mi gran ciudad. Casa prestada por mi amigo y su familia, creo que podría llamarla también, familia. Aquel día corría una brisa fresca que no molestaba ya que el sol me brindaba su calor no asfixiante. La brisa movía levemente los pinos que parecían danzar al ritmo de una balada triste. No había una sola nube aposentada en el cielo azul brillante. El sol con su luz hacía que los colores se multiplicaran y que todas las formas proyectaran sombras inimaginables. Si no fuera por el vaivén de las ramas y hojas de los árboles podríamos pensar que se trataba de un paisaje pintado por algún artista en paz consigo mismo. De vez en cuando algún insecto revoloteaba perdido en busca de alguna flor o de algún alimento. Los pájaros daban caza a esos insectos de una manera casi amorosa, con un vuelo angelical. Cuanta vida hay en tanta quietud o quizás sea una quietud a los sentidos humanos.
Me estaba fumando un cigarro y tomando un café cuando de repente oí, al gallo de mi vecino, cacarear de una forma extraña. Siempre he creído que los gallos hacen un “kikirikí” majestuoso, pero aquel sonido que salía de la segunda casa contigua a la mía, no tenía nada de solemne. Me quedé sorprendido y estupefacto cuando de repente aquellos sonidos tan extraños para mí, empezaron a ser comprensibles. Aquellos gritos del gallo tenían sentido. No sé el por qué, pero mi mente era capaz de entender lo que aquel animal decía.
Me pareció entender “hermano” y entonces el silencio se apoderó de nuevo de aquel paisaje. Durante unos minutos nada, cuando ya creía que había tenido un sueño, volví a oír a la perfección lo que aquel gallo gritaba.
-Hermano! Hermano!, ¿me oyes?- Mi asombro me desbordó cuando de repente al otro lado del río, junto a la otra ladera de la montaña, desde un caserón de piedra, de esos que cuentan con más de doscientos años de longevidad, oí a otro gallo contestar.

-Si, hermano, te oigo.
-¿Cómo estás?- Dijo el primer gallo.
-Parece que vivo, pero atado a un palo y casi no tengo espacio para moverme- contestó el segundo gallo, a lo que continuó el siguiente diálogo:
Primer Gallo: -Igual que yo, ¿madre está contigo?.
Segundo Gallo: Lo estuvo, pero últimamente ya no estaba con nosotros, la tenían en una jaula en donde solo podía sacar la cabeza para alimentarse de algo parecido a comida. Cada día engendraba hermanos y más hermanos, que jamás he visto.
Primer Gallo: -¿Y que pasó?, ¿dónde está ahora?.
Segundo Gallo: -No lo sé, un día dejó de tener descendencia y vino la que se hace llamar “nuestra ama” y se la llevó dentro de esa prisión. Ya no la he vuelto a ver ni oír, encuentro a faltar sus canciones y sus historias.
Primer Gallo: -Entonces, no sabes nada más….
Segundo Gallo: -Solo sé que poco después, muchos humanos celebraron algo y comentaban que nada tiene que ver los alimentos de la ciudad con lo que se cría aquí en el campo. Y padre, ¿tu sabes algo?.
Primer Gallo: -Padre quiso irse en busca de madre, quería ir ahí donde estás tu, y para liberarse se defendió de las garras de aquel que se hace llamar “nuestro aamo” y este como castigo lo dejó atado y sin alimento, murió hermano, hace ya unas cuantas madrugadas.-Entonces volvió el silencio y una brisa más fría, casi gélida recorrió mi cuerpo, aquel diálogo convirtió el paisaje bucólico en trágico. El primer gallo prosiguió:
Primer Gallo: -¿Y tu como estás?, tienes descendencia, un amor, dime, cuéntame. Quiero saber de ti, hace tanto tiempo que nos separaron.
Segundo Gallo: -Tuve un gran amor, ya no existe, desapareció un día de mercado junto a todos nuestros hijos. Ahora me hacen amar a la fuerza, acabo exhausto. Del palo a la jaula y cuando parece mi último aliento va a salir de mi, me vuelven atar al palo y me dejan tranquilo. Todo el fruto de mi vida desaparece siempre, jamás los he visto.
Primer Gallo: -No entiendo nada hermano, se que eres mayor que yo, supongo que algún día lo entenderé.
Segundo Gallo: -Lo llaman “ley de vida”, en donde nosotros ponemos la vida y ellos la ley- la brisa por momentos se convirtió en viento. Los árboles se estremecían y las hojas más débiles se separaban de sus ramas, por muy fuertes y seguras que éstas fueran, al final volaban esperando su caída inminente y por tanto, su fin. Continuó diciendo: -Hermanito no busques explicación y descansa. Creo que mi fin está próximo, últimamente ya no tengo fuerzas para nada. Mi supuesto amo se está acercando, trae su horrible prisión, esa en donde mamá vivó sus últimos días. Adiós hermano, acuérdate de gritar cada mañana.
Primer Gallo: -¡Hermano! – no paraba de gritar, unos segundos esperando respuesta, pero nada. Entonces dejé de entender que no de comprender, lo que aquel gallo balbuceaba. Creerme si os digo que parecían lamentos de un hombre, parecían llantos de alguien desesperado e impotente, parecía yo. Tenemos un dominio aterrador sobre la vida y la muerte, pero jamás dominaremos a nosotros mismos, andamos perdidos y sin rumbo. El tiempo se nos escapa y no sabemos que hacer para retenerlo. Sigo oyendo como se lamenta el gallo dem i vecino. Me parece oír a otro gallo gritar: -¡Aguanta, aguanta!. –Incluso oigo ladridos, maullidos, graznidos y hasta croar, no entiendo lo que dicen, pero sus alientos cálidos de ánimo parecen no hacer efecto sobre aquel abatido gallo, que lo acaba de perder todo.
Mientras el paisaje sigue ahí, el viento ha desaparecido y la brisa domina todo, el sol vuelve a acariciar al mundo y el cielo es aún más brillante. Ahora si parece un cuadro, no oigo nada, solo mi respiración agitada. Mis latidos se aceleran, veo a lo lejos como aquel gallo que un día se alzaba soberbio, agacha su cabeza, mueve el pico y algo susurra mientras algo parecido a lágrimas caen de sus ojos entristecidos. Es un susurro inapreciable a mis oídos. El Gallo alza su pico al cielo como buscando un soplo de aire, veo como va inflando su pecho y un grito desgarrador me ensordece y estremece a la vez:
-¡Siempre libre!. –Cada madrugada me despierta ese gallo con el mismo grito. Lo que para nosotros es algo rutinario y natural, el despertar de un gallo, para él es un día más de agonía.

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